LA VOCACIÓN PRIMERA: AMAR
"Lo que me impulsa a ir al Cielo es el pensamiento de poder encender
en amor de Dios una multitud de almas que le alabarán eternamente."
Santa
Teresita de Lisieux
Fuimos creados a imagen y semejanza
de Dios. Amar está incorporado en el ADN de nuestra alma. Esa es nuestra
vocación primera: Amarnos los unos a los
otros como Dios nos ha amado. Desde que somos concebidos aprendemos a amar y a ser amados.
Y así nuestra vida se va haciendo un
largo caminar donde la lección, más importante es amar. Nacemos con una
vocación determinada por Dios al nacer: la paternidad ( biológica y/o
espiritual) el matrimonio, la vida consagrada. El camino hacia ellas es el
amor. Primero el amor a Dios, pues si no reconocemos a nuestros Creador como un
Padre que nos ama difícilmente podremos sentirnos amados y por ende aún más
difícil amarnos a nosotros mismos. Ama a
Dios sobre todas las cosas. Dice San Pablo en su Carta a los Corintios 13,1:” Aunque yo hablara todas las lenguas de los
hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o
un platillo que retiñe.
Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y
toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas,
si no tengo amor, no soy nada.
Aunque repartiera todos mis bienes
para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo
amor, no me sirve para nada.”
Si amamos nuestras raíces amaremos
lo que somos y amaremos a los demás. Si amas a Dios todo lo demás se dará por
añadidura. Porque amándolo a Él te amas a ti mismo por ser tú su obra maestra.
Y amándote tú puedes amar al prójimo como imagen y semejanza de Dios. Y todo
vuelve al Señor, tu Dios.Todo amor dado vuelve a El.
Amar no es nada fácil. Es una obra
titánica que requiere sacrificio, entrega, mansedumbre. Toda la virilidad y la
valentía pero también toda la delicadeza
y la ternura. Estamos heridos por el pecado original, como una herida que no
cicatriza, sin embargo, es el amor la que la hace llevadera. Ser padres,
esposos o consagrados requiere cargar sobre los hombros una cruz que por
momentos se torna insoportable pero por amor a nuestros hijos, a nuestro cónyuge
a Jesús – Esposo la carga se hace ligera. Jesús nos lo dijo “el que quiera venir
detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga". El que sigue a Jesús siempre podrá Caminar con su cruz a cuestas,
siempre!
Como los hijos heredan de sus
padres las características físicas y el temperamento, el rasgo que en el ser
humano nos hace más semejantes a Nuestro Padre es el amor. Dios ama
infinitamente. Somos semejantes a El en la capacidad de amar pero limitados porque
así Dios en su infinita sabiduría lo dispuso. Somos semejantes más no iguales.
Lejanamente semejantes. Porque amar no es simple sentimentalismo que se guía
por el vaivén de emociones humanas. Amar es una decisión personal. Es un si
diario. Es un si como aquél que dio Jesús al morir por amor, vapuleado y
humillado en una cruz. La más grande lección de amor de todos los tiempos fue
en una cruz de madera, rodeado de improperios, de burlas y de lágrimas.
Me gusta pensar en estas dos frases
de la Madre y el Hijo: María Santísima le dice a Juan Diego: Porqué tienes
miedo acaso no estoy aquí que soy tu madre? ( Mensaje de la Virgen de
Guadalupe). Jesús le dice a los apóstoles en la barca ¿Porqué están asustados?
¿Acaso no tienen fe? (San Marcos 4:40). Revelan el carácter de la Madre y el
Hijo. Un eterno si a Dios. Una señal inequívoca del amor al Padre. Me hace
pensar que María le transmitió a Jesús desde el vientre materno ése amor a
Dios. Tal vez Jesús en el calor de su hogar escuchó a María preguntarle lo.mismo de niño.Jesús heredó de su Santísima Madre la fe. Esa disposición de amar, de
entregar, de darse al prójimo.
Aunque nuestras fuerzas flaqueen,
aunque nuestras fe tambalee, acuérdate que naciste para amar. Como decía San
Agustín: “ La medida del amor es amar sin medida”.
Un abrazo en Jesús y María!