sábado, 5 de noviembre de 2016

Pequeño desagravio a una vocación: La Maternidad


Pequeño desagravio a una vocación: La Maternidad.



“La maternidad conlleva una comunión especial con el misterio de la vida que madura en el seno de la mujer. La madre admira este misterio y con intuición singular «comprende» lo que lleva en su interior. A la luz del «principio» la madre acepta y ama al hijo que lleva en su seno como una persona. Este modo único de contacto con el nuevo hombre que se está formando crea a su vez una actitud hacia el hombre —no sólo hacia el propio hijo, sino hacia el hombre en general—, que caracteriza profundamente toda la personalidad de la mujer.”
Carta Apostólica “ Mulieris Dignitatem”, San Juan Pablo II.

Ser madre es un don preciosísimo de Dios. Nos hace partícipes de Su acción creadora, ya que en nuestros vientres se gesta la vida así como Dios creó a su creatura a imagen y semejanza de Él.

Convertirse en mamá es una vocación cada día más subestimada. La sociedad de hoy se hunde frenéticamente en un espiral  de éxito social, basado en quién tiene más popularidad, altos cargos y salarios prominentes. Pareciese que la opción de formar una familia y dedicarse de lleno a la crianza de los hijos, renunciando a la vida laboral es hoy en día una flagrante muestra de conformismo y mediocridad, es un fracaso social. ¿Cómo es posible esto si el núcleo fundamental de la sociedad es precisamente la familia? La mundanidad, las ideologías, los modus vivendi basados en conceptos hedonistas donde el yo se impone por encima del nosotros han calado profundamente en el colectivo social, al punto de cambiar la ley natural por la ley de las apetencias, llegando a lapidar, social y laboralmente a aquéllas mujeres que se comprometen con su vocación de ser madres, dejando a un lado un futuro laboral y profesional prometedor -según los parámetros del mundo- para erigir y cimentar sus pequeñas Iglesias Domésticas.

Un vivo y claro ejemplo de cómo ha permeado ésta nefasta ideología del “primero yo”, “segundo yo” y “tercero yo” es -por un lado-  la ausencia de leyes y políticas públicas para proteger e incentivar la maternidad en nuestros países. Si bien, la OIT (Organización Internacional del Trabajo), introdujo normas universales en la materia, éstas a todas luces resultan insuficientes. La Licencia de Maternidad fue establecida en un  mínimo de 12 semanas y vale decir que la mayoría de los Estados miembros se amparan en ése mínimo establecido desconociendo la relevancia de la familia como célula fundamental de nuestra sociedad.. Es decir, se debe dejar al cuidado de un tercero a un bebé de tres meses, porque el Estado no comprende ni dimensiona el concepto y el alcance de la maternidad. Toda madre sabe que es prematuro y hostil tener que separarse de su bebé en tan corto tiempo. Es tan sólo cuestión de instinto. Y ni hablar- por otro lado-  de las medidas para la protección de las madres cabeza de hogar. Medidas que son exiguas o nulas o no logran implementarse debidamente. Al parecer, la sociedad tiende cada día más a privilegiar, incentivar y aplaudir a todos aquellos que deseen renunciar a lo que  natural y antropológicamente es valioso y necesario para la preservación de la especie humana: La familia. Tal vez, por esto hoy más que ayer nos encontramos inmersos en conflictos bélicos cimentados en creencias e ideologías fundamentalistas que sólo traen desolación, muerte y que nos sume en una hecatombe sin precedentes.

Para ti que lees estas palabras y que eres madre o que esperas serlo en un futuro, recuerda: Nada ni nadie puede sustituir la grandeza de tu vocación. El dinero podrá costear niñeras, juguetes lujosos, educación de élite,  vacaciones ostentosas, pero jamás el amor, la ternura  y el ejemplo de una madre  que no teme donar su vida a un hijo. Aquélla madre que con esfuerzo y dedicación, con lágrimas pero también con sonrisas planta la semilla de la fe en los corazones de sus pequeños, para que ésa semilla se convierta en una árbol frondoso que fertilice a nuestra sociedad.

Quiero dar infinitas gracias a todas las madres solteras o casadas, biológicas o adoptivas, que con su admirable capacidad de adaptación, en muchos casos silenciosa, son un ejemplo vivo del amor misericordioso de Dios. Una vocación que se engrandece aún más al haber hecho suyo el don de la Fe, la cual han sabido ejercer y encender su llama con valentía, una vocación que por sobre todo las dignifica, y que sólo pudo haber sido heredada desde la Paternidad de  Dios, que no escatimó en donarnos su inconmensurable amor al punto de entregar a Su Hijo Unigénito para salvarnos. 

Un abrazo en Cristo Jesús y Su Madre María Santísima,
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